Cuando se habla de guerras, los titulares de prensa suelen reparar en los avances militares, las declaraciones de los dirigentes políticos y las reacciones de la comunidad internacional. Los catastróficos efectos de un enfrentamiento armado como el que se vive en Ucrania, especialmente desde el comienzo de la invasión rusa el 20 de febrero de 2022, copan los medios de comunicación.
Las muertes y la destrucción de infraestructuras saltan a la vista. Como consecuencia del conflicto, aparecen rápidamente el aumento de los precios de los alimentos y las necesidades básicas, la escasez de suministros médicos, el colapso del sistema educativo, las migraciones y el caos.
Pero hay un aspecto que suele recibir menos atención mediática: el impacto psicológico y psiquiátrico en las personas que viven la guerra en primera persona, y cuya salud mental se verá gravemente afectada.
Con la guerra llega el miedo a morir, la incertidumbre, el caos. No se trata únicamente de los impactos de las bombas o del exilio forzoso, sino que se ve truncado todo un plan de vida. Ya nada volverá a ser igual. Sin escuelas, sin centros de salud, sin alimentos, la población se ve forzada a abandonar a su familia, su país, su origen cultural.
Los conflictos armados pueden hacer saltar por los aires los proyectos de toda una generación. Al principio, la población está sometida a un estrés inicial; en términos clínicos: ansiedad reactiva. Pero, con el paso del tiempo, y en función de las experiencias personales y cuánto dure el estrés, pueden surgir trastornos psiquiátricos que impidan a las personas rehacer su mundo.
Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicado en 2019 en la revista médica británica The Lancet, una de cada cinco personas en zonas de conflicto vive con algún tipo de trastorno mental, desde la depresión leve hasta cuadros agudos de psicosis. En el caso de Ucrania, estaríamos hablando de unos ocho millones de personas con distintos problemas psíquicos ocasionados por la guerra.
En el análisis sistemático de la OMS estaban representados 39 países. Se tuvieron en cuenta estudios publicados desde 1980, coincidiendo todos ellos en una dura realidad: el 10% de las personas que viven situaciones de guerra tendrán graves problemas de salud mental, mientras que, al menos, otro 10% desarrollarán conductas que harán difícil el día a día, incluyendo problemas psicosomáticos como el insomnio o los dolores de espalda y de estómago.
Los cinco trastornos más frecuentes
El estudio identificó cinco trastornos recurrentes en zonas de conflicto, presentes en más del 22% de las personas que han vivido una guerra: depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, trastorno bipolar y esquizofrenia. El ánimo decaído y la ansiedad son dos de las manifestaciones más comunes y naturales en una situación de conflicto armado. La separación familiar, la pérdida de la propiedad y el empleo, la interrupción del acceso a los servicios básicos y la sensación de angustia debida a la anticipación lo que está por venir son situaciones amenazadoras.
Reaccionar con miedo, tristeza, angustia y preocupación es completamente normal en tal caso, y todavía no estaríamos hablando de trastornos. Pero si las causas que provocan esas reacciones se prologan en el tiempo, o son lo suficientemente intensas, pueden desembocar en trastornos psiquiátricos que siguen afectando a las personas cuando ya no están en peligro.
La depresión y el trastorno bipolar forman parte del grupo de los trastornos del estado de ánimo (a veces llamados trastornos del humor). Su principal característica es que la persona manifiesta un humor anormal, que puede ser muy decaído (como en la depresión mayor), excesivamente elevado (manía) o distintas combinaciones de episodios de humor elevado con humor deprimido (trastornos del espectro bipolar).
El trastorno depresivo mayor es el trastorno del estado de ánimo más común, pudiendo llegar a ser muy peligroso. El individuo cae en un estado de profunda tristeza, siendo incapaz de disfrutar, desconectado de cualquier interés, y cuyos sentimientos de culpa o inutilidad pueden desembocar en conductas suicidas.
Los trastornos de ansiedad, por su parte, se caracterizan por una ansiedad excesiva, preocupación elevada e irritabilidad. Al igual que ocurre con los trastornos del estado de ánimo, estas afecciones de la ansiedad causan problemas de sueño, falta de concentración y fatiga, entre otros.
Un tipo de trastorno muy frecuente en las guerras es el trastorno de estrés postraumático (TEPT), que afecta tanto a los civiles como, con frecuencia, a los soldados. El miedo transitorio que todos sentiríamos tras escuchar una explosión cercana, por ejemplo, se prolonga durante muchos meses, de tal modo que la persona reexperimenta de nuevo el suceso traumático, sufriendo pesadillas y sobresaltos, y desarrollando conductas evitativas que dificultad su día a día. Los recordatorios del suceso traumático pueden ser constantes, una auténtica pesadilla para quien los sufre.
La esquizofrenia es el quinto de los trastornos más frecuentes en zonas de conflicto. Es el trastorno psicótico más común. Se caracteriza por la presencia, en algún momento de su desarrollo, de delirios y alucinaciones que alteran la percepción de la realidad. Los delirios más frecuentes son de tipo persecutorio: la persona siente que alguien le persigue para hacerle daño, sean personas o instituciones. Pero, en esta ocasión, tales enemigos solo están “en su mente”. A pesar de su irracionalidad, los delirios se viven con gran angustia, siendo quien los padece incapaz de distinguir lo real de lo imaginado. El discurso y el comportamiento desorganizados también suelen ser síntomas de la esquizofrenia.
Por desgracia, en Ucrania está lloviendo sobre mojado. Según Amnistía Internacional, antes de la guerra la situación era ya de emergencia humanitaria, estimándose en unos 430.000 los niños de las zonas de Donetsk y Luhansk con traumas psicológicos graves derivados del conflicto entre Rusia y Ucrania, desde 2014. Y esas son cifras anteriores a la invasión ordenada por Putin. La cantidad de menores afectados hoy en día es muchísimo mayor.
Algunos niños ucranianos han conocido los bombardeos desde que nacieron. Y junto a los menores, sus madres conforman el grueso de quienes escapan, en un doloroso exilio. Las mujeres, con frecuencia las únicas a cargo de los niños, acarrean con la responsabilidad de salvar la vida de sus pequeños, y proporcionarles una mínima estabilidad fuera de sus fronteras, mientras sus padres se suman a las filas para combatir.
Y es que la desgracia se ha cebado con Ucrania. La pandemia de COVID-19, junto con la falta de acceso a servicios básicos como el acceso al agua, la salud o los transportes, hicieron especialmente vulnerables a los enfermos psiquiátricos, que quedaron muy lejos en la lista de prioridades. Quienes ya luchaban contra un trastorno mental, verán ahora muy agravadas sus enfermedades.
Cada vez sabemos más sobre las fatales repercusiones psicológicas que tienen las guerras. Dada la incontestable evidencia disponible, urge que las instituciones internacionales prioricen el desarrollo de servicios de salud mental en contextos de guerra, destinados tanto a quienes permanecen dentro de sus fronteras como a las personas desplazadas, que huyen del terror en busca de una mínima esperanza; que anhelan dejar, algún día, de sobrevivir, para empezar, de nuevo, a vivir. FUENTE: muyinteresante.es
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