La acidificación del océano está atrofiando las estructuras óseas internas de los peces, amenazando el desarrollo de sus sistemas auditivos.
El mar absorbe alrededor del 30 % del dióxido de carbono producido por los seres humanos. Con el aumento en las concentraciones de CO2 en la atmósfera —y las alzas en las temperaturas en el mundo—, este fenómeno está incidiendo en las condiciones de vida de las especies marinas con un fenómeno que se había pasado por alto hasta el momento: la acidificación del océano. Las consecuencias en la salud de los peces apenas se están empezado a hacer evidentes, y no pintan un buen panorama en el futuro cercano.
El problema radica en la acidificación del océano. El caso del pargo joven es icónico, según estas instituciones, ya que se aprecia un patrón claro de sordera. Desde tempranas muy tempranas en el desarrollo de estos peces también conocidos como huachinangos, el contacto con el dióxido de carbono en sus hábitats marca el resto de sus vidas. Siendo éste el periodo de mayor desarrollo para habilidades sensoriales y motrices, el gas interfiere con el fortalecimiento de su sistema auditivo.
Los científicos de las universidades australianas destacan que, así como los pargos, otros peces ‘escuchan’ por medio de estructuras óseas pequeñas al interior de los oídos. A partir de la muestra recolectada de ejemplares capturados en la naturaleza, detectaron que las larvas de esta especie se han visto afectadas por las concentraciones altas de CO2 en las aguas del mar.
«Si la morfología de los peces no puede adaptarse, podría haber graves consecuencias para la estructura y función de las futuras comunidades acuáticas», enfatiza Craig Radford, de la Universidad de Auckland. Por tanto, la sobreproducción de este gas está amenazando la conservación de diversas especies de peces en los océanos de manera indirecta. Así como los seres humanos, ellos también dependen de sus oídos para desenvolverse saludablemente.
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