La pandemia de COVID-19 ha revelado brechas abismales con respecto a la capacidad de producción de vacunas en los diferentes países del mundo. En general, la fabricación de vacunas es costosa y compleja, y solo unos pocos países cuentan con la tecnología, los recursos humanos y los fondos para producirlas. Por eso, algunos científicos creen que, a la hora de fabricar vacunas, la solución es utilizar plantas.
Con las vacunas de origen vegetal, se prescinde de los biorreactores porque las plantas mismas funcionan como biorreactores. Las plantas se cultivan en invernaderos de calidad farmacéutica con clima controlado que evitan la entrada de insectos y plagas, pero no requieren condiciones de esterilidad.
Para las vacunas convencionales, una vez que el virus o las partículas virales se extraen de las células y se purifican, deben mantenerse refrigerados. Esto es así en el caso de las vacunas de origen vegetal contra la influenza y la COVID-19.
Pero otras vacunas de origen vegetal no tienen esa exigencia al eliminar por completo el paso de purificación.
Los costos estimados para fabricar vacunas de origen vegetal aún no se han dado a conocer públicamente, pero según Daniell, “no hay duda de que utilizar plantas en lugar de biorreactores será más barato. Las instalaciones de fermentación del biorreactor cuestan cientos de millones de dólares, y luego hay que hablar del proceso de purificación y la cadena de frío, y otros requerimientos".
La tecnología emergente de vacunas de origen vegetal no solo servirá para enfrentar pandemias actuales y futuras, sino que también permitirá expandir la producción de vacunas a los países en desarrollo.
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