FUENTE: muyinteresante.es
Estos misteriosos animales, cuyo nombre significa “movimiento lento”, no miden más de 1 mm de largo. A pesar de hallarse en cualquier hábitat húmedo del mundo, desde las selvas tropicales al océano Ártico pasando por los charcos del jardín trasero de las casas, no fueron descubiertos hasta 1773 por el zoólogo alemán Johann August Ephraim Goeze, que los llamó Kleiner Wasser Bärs, ositos de agua.
Pertenecen a un más que desconocido tipo de invertebrados, Tardigrada, de los que se han descrito del orden de 1000 especies diferentes. Sólo el 10% viven en agua salada y el resto en agua dulce, agarrados a musgos, líquenes, vegetación acuática o en los lechos de hojas en descomposición. De cuerpo corto y gordito, poseen boca, tracto alimenticio y digieren comida y la excretan como hacemos nosotros. También tienen sistema nervioso y unos ojos primitivos, mudan de piel como las serpientes, y poseen cuatro pares de extremidades pobremente articuladas. Pero su característica más llamativa son unas garras que se encuentran al final de ellas formando grupos de 4 a 8.
Sobrevivir sin agua
No son peligrosos si nos los tragamos -de hecho, seguramente nos hemos comido sin querer bastantes de ellos a lo largo de nuestra vida-. Viven rodeados de una delgada capa de agua que les permite intercambiar gases con el exterior e impide que se produzca una desecación no controlada. Ésta es una de las características más llamativas de estos diminutos animales: pueden suspender de manera reversible su metabolismo, haciéndolo descender hasta un 0,01% de su valor normal -incluso puede llegar a ser indetectable-, y reducir su contenido de agua hasta menos del 1%.
A esta capacidad de algunos seres vivos de perder prácticamente la totalidad del agua encerrada en el organismo se la llama anhidrobiosis. En el caso de los tardígrados su cuerpo se encoge longitudinalmente y se pliega mientras las extremidades se invaginan, convirtiéndose en una especie de tonel microscópico, una diminuta bola tan pequeña como una mota de polvo. De este modo el animal queda en un estado letárgico al tiempo que la superficie se recubre de una capa de cera que ayuda a reducir la transpiración. Esta habilidad, que ha hecho que se pudieran esparcir por todo el planeta arrastrados por el aire, les permite sobrevivir muchas décadas: se ha conseguido rehidratar tardígrados de muestras conservadas en museos con más de un siglo de existencia.
Superhéroes indestructibles
Pero esta extraordinaria capacidad no es la que convierte en estrella a los tardígrados. Su verdadera proeza es que son prácticamente indestructibles: no solo resisten una sequedad ambiental extrema, sino que también soportan temperaturas que van de los 150º a los -272 ºC, altas dosis de rayos X (más de 1.000 veces la dosis mortal para un ser humano), y, para colmo, aguantan tanto muy altas presiones como el vacío del espacio. ¿Cómo consiguen sobrevivir a unas condiciones que acabaría con cualquier animal, pues se destruiría el ADN de las células? Porque los tardígrados poseen una proteína supresora de daños que de alguna manera -no sabemos muy bien cómo- protege su ADN. Es más, se ha descubierto que la proteína que los protege de la radiación, si se inocula a células humanas, aumentan su resistencia ¡en un 40%! No es de extrañar que haya varios grupos estudiado su genética por las obvias aplicaciones médicas.
Pero a pesar de todos estos estudios sabemos que su ADN está relacionado con otras criaturas que pululan por nuestro planeta, pero no sabemos exactamente cómo y con quién. En 2017 se comparó su genoma con otras especies, pero el esfuerzo fue en vano; los científicos no pudieron decidir si el osito de agua está más relacionado con los nematodos (conocidos popularmente como gusanos cilíndricos) o con los artrópodos, como insectos y crustáceos. ¿Por qué es tan difícil deducir su camino evolutivo?
Una misteriosa genética
Porque estudiar su genética está siendo realmente complicado. En 2015 un equipo de investigadores de la Universidad de Carolina del Norte publicaba que el 17,5% del ADN tardígrado se lo ha 'robado' a otras especies; esto es, que este peculiar animalito recoge fragmentos de ADN que se encuentra en el ambiente y los incorpora al suyo propio. No es algo extraño -nuestro genoma tiene un 8% de ADN vírico- pero sí lo es la proporción: el ADN robado ocupa alrededor de la sexta parte de todo su genoma, el doble que nosotros. Pero cuando un equipo alemán decidió comprobar esta afirmación no encontró que realmente fuera así, sino que su ADN era totalmente tardígrado, sin inclusiones extrañas. Pero luego llegó un tercer equipo de Japón que desdijo a los dos y afirmó que sí se daba esa transferencia horizontal de genes, pero en proporciones más normales, alrededor de un 1,5%. Parece ser que los tardígrados van a seguir siendo todo un misterio evolutivo.
Y aquí va uno más: el biólogo Rafael Martín-Ledo, al estudiar un tardígrado recogido en un musgo a orillas del río Saja (Cantabria), descubrió en la barriga del tardígrado unos pedazos de extraños cristales que luego pudo identificar como aragonito. ¿Cómo llegaron allí? Nadie lo sabe. Martín-Ledo especula que esos cristales intestinales podrían ser fragmentos de la propia boca del tardígrado, de los estiletes punzantes con los rompe la pared de los vegetales para succionar los nutrientes que necesita.
Por cierto, los tardígrados se encuentran desde el 11 de abril de 2019 en la Luna, pues Beresheet, una pequeña sonda lunar israelí -la primera misión privada a nuestro satélite-, se estrelló contra su superficie tras un fallo en el motor principal. Entre su carga había una “cápsula del tiempo” que incluía una copia completa de la Wikipedia, la bandera de Israel, la Torá... y unos cuantos miles de ositos de agua, que ahora se encuentran desparramados por la polvorienta superficie de la Luna. ¿Sobrevivirán?
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