Desde el primer año del siglo XX, el fisiólogo ruso Iván Pávlov comenzó a realizar su estudio sobre condicionamiento clásico de estímulo - respuesta. El sujeto de estudio fueron los perros. Para Pávlov, cada estímulo que un animal recibía tenía una respuesta. De forma innata, los animales tienen respuestas reflejas a estímulos naturales, por ejemplo, girar la cabeza cuando escuchan un sonido que les sorprende, o comenzar a salivar cuando ven comida. Pávlov pensó que tal vez podrían condicionarse ese tipo de respuestas a partir de estímulos que, inicialmente, no tuvieran relación con él.
Comenzó a hacer sonar un metrónomo a la vez que les ofrecía la comida. Los perros, evidentemente, salivaban en respuesta a la presencia de comida. La hipótesis del fisiólogo era que los perros terminarían asociando ambos estímulos como uno mismo, y conseguiría hacerles salivar con el sonido del metrónomo, sin que hubiese comida. Y lo consiguió. Había nacido el estudio del condicionamiento pavloviano.
Y como los humanos somos como somos, una de las primeras aplicaciones del condicionamiento pavloviano en perros fue para la guerra.
Los perros rusos van a la guerra Durante los años 20, el Ejército Rojo creó el departamento de entrenamiento de combate. Para ello, organizaron un sistema de formación de especialistas en entrenamiento canino. Comenzaron con criadores de perros de caza y entrenadores de perros de circo y de rescate, y aplicaron a rajatabla los conocimientos obtenidos del condicionamiento pavloviano. En 1930 se fundó el Instituto Cinológico y se publicó el primer manual de uso de perros del servicio militar del Ejército Rojo. Se emplearon distintas razas de perros para distintas funciones. Los fuertes y corpulentos para tirar de trineos; otros más lentos y atentos que entrenaron como rastreadores de personas y de minas, de transporte de material sanitario o de munición, o como perros de rescate. Los perros más intrépidos y activos resultaron ser los óptimos para la tarea más complicada: actuar como perros antitanques. Se diseñaron, para ello, unas alforjas que se desmontaban al tirar de una palanca, de forma similar a como se abre un paracaídas.
Entrenando perros antitanques
El adiestramiento era duro; había que conseguir que los perros vencieran el miedo que suponía ver un tanque avanzar hacia ellos mientras les rodeaba el sonido atronador de la guerra. Para lograrlo, utilizaron el mismo estímulo que Pávlov: la comida. Colocaban sus cuencos de comida bajo tanques.
Rápidamente, los animales asimilaron que debajo de un tanque era el único lugar donde encontrar comida. Fueron luego acomodando a los animales a acudir a la comida a mayores distancias, y los aclimataron a los ruidos de motores, disparos y explosiones.
Los perros debían llegar hasta el tanque, tirar de la palanca de su alforja para dejar más de doce kilos de carga explosiva bajo él, con un temporizador, y regresar con vida antes de la explosión. Sin embargo, cuando fueron puestos a prueba, la mayoría de los perros no llegaban a depositar la carga y regresaban con su cuidador con las alforjas llenas de explosivos. El entrenamiento del primer grupo de perros fue un fracaso que se prolongó más de seis meses.
Pero la ambición del ejército era mayor que su amor por los animales, y tras descubrir que los animales sí eran capaces de llegar con éxito a los tanques, optaron por cambiar el diseño del explosivo. Decidieron colocar la palanca dirigida hacia arriba y omitir el temporizador. De este modo, liberarían a los perros hambrientos, que buscarían tanques donde encontrar comida, y al meterse debajo, activarían la palanca con la carrocería del vehículo. Los explosivos destruirían el tanque, aunque el perro no podría sobrevivir.
Sin embargo, la primera vez que los 20 mejores perros fueron llevados al frente, a finales de verano de 1941, experimentaron un nuevo fracaso. Los tanques nazis en movimiento y los cañonazos asustaron a algunos perros, que regresaron a las trincheras, y ocasionaron 6 accidentes. Otros corrieron erráticos e intentaron esconderse; tres de ellos activaron la carga accidentalmente, tres más fueron acribillados por las armas enemigas. Otros persiguieron a los tanques sin llegar a meterse debajo, y dos murieron aplastados. Cuatro llegaron a cumplir parcialmente su misión, explotando cerca de los tanques, pero no consiguieron desactivarlos. Y cuatro perros simplemente escaparon y nunca más se supo de ellos.
Aunque algunas fuentes apuntan al uso con éxito de perros-bomba entre marzo y octubre de 1942, asegurando que llegaron a derribar hasta 304 tanques en total, lo cierto es que a finales del mismo año se abandonó todo intento de seguir utilizando los perros como minas móviles, probablemente debido al desarrollo de nuevo armamento como los lanzagranadas. Sin embargo, el ejército ruso continuó empleando perros para enviar mensajes, transporte de munición, tiro de trineos, rescate y detección de minas. FUENTE: muyinteresante.es
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